jueves, 9 de septiembre de 2010

Despedida de Nana (por Rafael Benjumea)



Cómo me acuerdo, Nana, cada vez que escucho tu nombre, del copleo rasgado que salía de la radio cascada de mi madre cuando era yo un pequeñuelo que apenas acertaba sus primeros pasos por esta vida injusta y salobre:

“Gitana, que tú serás
Como la falsa moneda;
Que de mano en mano va
Y ninguno se la queda”

El autor de esta letrilla jamás imaginó al escribirla que fuese aplicable a una hermosa burrita a quién la vida dio la espalda tanto tiempo. Dieciséis dueños, dieciséis, macabro cartel esa vida tuya antes de conocernos, en tus once años de vida.

Dieciséis dueños. Incomprensible tiovivo decrépito de cariño ausente. Una tras otra, fuiste de mano sin tacto a mano sin tacto, sin palabras de aliento, sin cuidados… ¡Qué inmensa la frialdad del ser que se considera humano tan a menudo!

Cuando te conocimos, Nana, habían puesto precio a tu vida: Una vespilla gripada por una burra inútil, pensarían ellos. Hay veces en que la maldad no tiene nombre y las palabras faltan para bautizarla.

Cuando te conocimos, Nana, ya no sabías caminar. Te habían desenseñado a base de descuido y torpeza, incomprensión, ignorancia. Tus cascos, cuernos de cabra ya en doloroso gesto torcido, mueca estremecedora. Tus patas, Nana, hueso hueco vaciado de vida.

Llegaste a nosotros en un crudo día de invierno, de aguanieve quemando las frentes y un cierzo insolente y cansino. Apenas podías tenerte en pie… te habían desenseñado a caminar. Verte bajar del camión cubierta de agüilla escarchada y viento impertinente dolía tanto como imaginar el macabro cartel, tiovivo irónico y resabiado, de esa vida errante que nunca pediste. El aura negra de tristeza que empañaba tus ojos oscuros contaba diez mil historias que ninguno se atrevía a oír…

Pero llegaste a nosotros y, a pesar de los pesares, a pesar de tu delgadez inmerecida y tu cojera injusta, a pesar de las malaventuranzas, del desenseño y la desidia que te habían rodeado y que cerraban tu boca al más mínimo rebuzno, aunque fuese de dolor, logramos que aprendieses una primera palabra al conocernos: Esperanza. Hope, nuestra Espe querida, que también se marchó de nosotros hace tan poquito, de seguro musitó su nombre desde su prado, mostrando orgullosa sus heridas y su hogar como una señal de que había aún por qué luchar. La esperanza nunca muere.

Fuiste valiente, Nana, dispuesta siempre a dejarte tratar por manos expertas; por una vez, manos que ampliaban tu vocabulario emocional con otra nueva palabra: Cariño.

Fuiste valiente, tus cascos recortados y tu cama de serrín, todo blando de espuma y arena del mar, tu prado nuevo, tus amigas nuevas… todo alimentaba tu fuerza y, a pesar de los pesares, empezaste a florecer.

Nana; un animal bello como un rayo de luna olvidado a la noche en medio de nuestros días, un ser dulce de miel libada en flores de primavera. Nana; un milagro a cuatro patas que aprendía a caminar con once años.

Y de repente, aprendiendo a caminar, floreciendo como lo hacías, estallaste de un modo mágico, casi imaginario, surrealista como el mejor Dalí:

¡Nana ha sido madre! Un tres de Mayo inolvidable en la memoria de todos los presentes, eternamente húmedo en las lágrimas de felicidad pura que a todos nos brotaban en silencio. Aquella gitana de luna que fue de mano en mano, aquella escuálida sombra de una burrita que apenas podía tenerse en pie, vino preñada de vida… era imposible; pero allí estaba la futura Alicia, contemplando por vez primera el país de las maravillas que, al contrario que a su madre, le había tocado en suerte.

Fuiste valiente, Nana, con nadie compartiste los rigores del parto en la madrugada, ni un ápice de queja en tu rostro días antes. Valiente y comedida, preciosa y floreciente. Un milagro en forma animal. Nana, cuya única alegría debió ser recibir uno de los más hermosos nombres que puedan llevarse, ahora tenía la inmensísima suerte, la incomparable alegría, de cantar canciones de cuna al fruto de su vientre.

Año y medio duró el éxtasis, Nana. Aunque sabíamos que dolía, mayor era tu deseo de estar con Alicia y cantarle al oído cada mañana que de irte antes de verla independiente.

Ya no estás. Y Alicia, que te susurraba tus nanas al oído mientras te ibas, ahora se pregunta qué nuevos pasos ha podido aprender su mamá, que tan lejos la han llevado de ella…

Con todo, en ella vivirá tu memoria por siempre, incluso después de que, en un día muy lejano, Alicia siga los pasos, al son de tus canciones de cuna, que tú le enseñaste y jamás le desenseñaremos.

Mil besos de miel para ti, pequeño rayo de luna. Verdaderamente, siempre te llevaremos en el corazón.

Nana, jamás serás
Como una falsa moneda;
Corazón con el que das
Para siempre te lo quedas.